Vamos

Me desperté y sentí el inconfundible ruido de las canillas del baño. No teníamos monocomando, así que primero fue la caliente la que cedió a regañadientes; luego giró la fría para darle caudal. El sordo sonido del agua que frenaba contra el piso duró un segundo. Corrió la cortina del baño y dijo algo.

Me levanté y miré a través de la veneciana roja que yo mismo había pedido (el tata se preguntaba si yo no sería colorado) y recibido como regalo un tiempo atrás. Había sol y el vientito pasaba como corriendo por el pasillo entre la pared y el eucaliptus. En el baño, la canilla se cerró.

Nunca supe cuánto rato estuve absorto en esas pavadas de gurí. Solo sé que, mientras, ya me había vestido con un shor, una camiseta con algún diseño caricaturesco y me había puesto los championes. Abrió la puerta del baño y sentí sus pasos alejándose por el corredor.

En la cocina, la caldera silbaba. Sentado en mi cama, en silencio, lo escuché apagar la hornalla, destapar el termo y echar el agua adentro. Siempre la hacía hervir, no sé cómo no se quemaba la boca. Igual, siempre le tomaba algunos mates.

Lo sentí caminar hacia mi cuarto y traspasar el umbral de la puerta. Termo bajo el brazo y mate en la mano. Sonrisa amplia, lentes para sus ojos iluminados, siempre amorosos.

—Buen día, Papi. —siempre me dijo papi, aunque yo soy su hijo— Vamos a votar.

—Vamos

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